Bajo el título “La Enfermedad humana”, el escritor italiano Ferdinando Camón relataba en 1984 su cura analítica. Extraigo de él un enunciado que me parece premonitorio: “Cuanto más el hombre se vuelve hombre y se diferencia del animal, más se agrava su mal” [2]. El profesor Descola no se opondría a esto.
La cuestión del mal resurge cuarenta años después, con la obra maestra de Jonathan Glazer, focalizada en el momento de la destrucción industrial masiva del grupo humano denominado los judíos y muchos otros. En un escenario naturalizado, al borde del muro que delimita el recinto del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, el director ha instalado una familia nazi. ¿Una familia? Si, si entendemos con ello una pareja y su descendencia. Bajo la mirada de J. Glazer, las soledades que la componen, parecen no ser sino los miembros dispersos de un cuerpo condenado a la inexistencia. Residuos de la ideología que se apoderó de una nación y la aduló hasta el punto de hacerla creer que era “el” pueblo del universo, cada una, cada uno, perdidos, se han congelado, automatizados, aferrándose a un objeto al pasar, como para atarse y pasar de un instante a otro en silencio. Aunque a veces se escapan fonemas, risas y suspiros de sus bocas, permanecen ahí, suspendidos en la atmósfera enrarecida. Apenas han emitido estos sonidos, las bocas permanecen abiertas, como si estuvieran a punto de engullir el paisaje, frágil artefacto que tampoco existe, cubierto por los escombros o los restos que el tratamiento de los cuerpos por el terror arrastra y deposita allí sin descanso ni tregua. Miles de familias aniquiladas por el gas y el fuego del infierno, incapaces de asimilar o absorber por completo los gritos y ruidos que producen su desencadenamiento.
La película nos llega como el acontecimiento que siempre es una obra de arte. Nos seduce y nos obliga; nos deja clavados allí, torturados, viendo lo invisible innombrable. Nos silencia [3]. Afecta a los espectadores uno por uno, y si los reúne es en la urgencia de encontrar palabras para ir más allá del éxtasis atroz. A veces divide, pero sobre todo impacta, hace sentir que lo que ocurre y que solo ocurre en este escenario cinematográfico, afín a su sujeto desrealizado o naturalizado, es eso que nos mira y nos habla de nuestros futuros que ya están en marcha, por eso, es tiempo de “Leer hoy a Víctor Klemperer” [4].
La Zona de interés empareja dos significantes freudianos: «zona» e «interés». En el corpus freudiano, la zona es inevitablemente erógena; en cuanto al interés, no es nada menos que “El interés del psicoanálisis”, en alemán “Das InteresseAn Der Psychoanalyse [5]”, publicado en la revista italiana Scientia en vísperas del asesinato de Francisco Fernando, archiduque de Austria-Hungría, en Sarajevo.
Hoy, “zona” ha dado lugar a zoner, otra forma de vagabundeo o de errancia generalizada, que no implica que, al zonear, uno vaya de aquí hacia allá, sino que se está allí, zoneando, con el cuerpo en movimiento, dentro de un conjunto anatomo-geográfico difuso, de fronteras indistintas, donde Sebald observa que los cuerpos ya no pueden permanecer en su lugar.
¿En silencio? J. Glazer ha conseguido concentrar en sus imágenes un silencio tan suave, sofocante y compacto que se instala en tu interior y no te suelta jamás. El silencio que acompaña los ruidos de las máquinas es el que, más allá del impensable asesinato en masa, tiende a esclavizar, anonimizar y aniquilar a la muerte misma, en tanto que ella era, antes de esta invención diabólica, el fin de una vida digna del nombre de mortal, como destaca Rachel Fajersztajn a cerca de Kaiser von Atlantis, de Viktor Ullmann [6].
Sin embargo, algunos significantes se escapan. Ayer, un analizante me contó que un amigo lo
había gaseado*. Siempre preocupado por hacerse entender bien, precisa: “Antiguamente se decía chambrer”*. Quedándome en silencio, termino la sesión, el día del octogésimo aniversario de la liberación del campo de Auschwitz-Birkenau.
Posdata: “Rainer Höss, nieto de un comandante de las SS en Auschwitz [y cocinero de profesión], cuenta la historia de cómo rompió el secreto de su familia e interrumpió la maldición que lo unía a su clan. Ahora dedica su vida a la «lucha por la tolerancia»” [7].
*Gazer: Significa “exponer a gas” o “gasear”. Sin embargo en un uso informal del término en francés, se emplea para referirse a “ser molestado o provocado”.
*Chambrer: El verbo chambrer tiene varios significados como: Poner algo a temperatura ambiente. Burlarse o reírse de algo. Sin embargo su significado inicial (siglo XIX y principios del siglo XX) corresponde a encerrar o confinar a alguien en una habitación. (Chambre = habitación en francés).
[1] Este texto prolonga el publicado en la newsletter des Psychologues freudiens el 4 de abril 2024.
[2] Cf. Camon, F, La enfermedad llamada hombre. Losada, Buenos Aires, 1998. [La traducción es nuestra a partir de la versión francesa]
[3] ¿No es tiempo de importar al idioma francés este verbo en español?
[4] Agradezco a Myriam Mitelman por haberme mostrado a : Joly, F. La Langueconfisquée. Premier parallèle, Paris, 2019, esta frase es el subtítulo. [La traducción es nuestra]
[5] Freud, S. “El interés por el psicoanálisis”. Obras completas. Vol. XIII. Amorrortu, Buenos Aires, 1913, pp. 165 – 192.
[6] Fajersztajn, R. “Wozu Dichter in dürftiger Zeit?”, J’aimeà vous et autres textes. Paris, ECF, 2001, p. 61-67.
[7] Mounier F.“Le petit-fils du commandant d’Auschwitz lutte pour la tolérance”, La Croix, 3 mai 2017, disponible en línea, https://www.la-croix.com/France/Le-petit-fils-commandant-dAuschwitz-lutte-pour-tolerance-2017-05-03-1200844160. [La traducción es nuestra].
Traducción Cinthya Estrada
Relectura : Cristopher Tapia Chávez