En su esclarecedor «Comentario sobre la Tercera», Jacques-Alain Miller enuncia lo siguiente: «Lo cierto es que el goce del Otro sexo está, como tal, fuera de alcance. En lugar de ello, gozamos de los objetos que la ciencia actualmente hace ahora proliferar en nuestro mundo y que son tantos objetos plus-de-gozar. Esto era en 1974, antes de Internet, antes del teléfono móvil, antes de la era electrónica en la que luego hemos entrado, sin cesar de ser animales enfermos de su propio goce» [1]. Gozamos de los objetos conectados sobre fondo de un goce siempre fuera de alcance. En ese «todos conectados», el psicoanálisis se interesa en la manera en la que ese plus-de-gozar es recuperado, en el « uno por uno ». Esto tiene un gran impacto en los lazos familiares.
Los padres se quejan de ello desde las primeras consultas. No es que estén menos conectados que sus hijos, sino que sufren por el hecho de que la conversación familiar esté cortocircuitada. Las discusiones se intensifican entre la insistencia parental y la negativa filial de salir de su bucle conectado. El silencio de cada uno en su rincón se vuelve ruidoso: tiñe lo cotidiano de exasperación e impotencia.
Sin embargo, muchas veces la consultación con los jóvenes y sus padres me han llevado a la necesidad de encontrar palabras, para hacer entender a estos últimos, que sus hijos se benefician subjetivamente, con estas nuevas conexiones. Se trata de reducir la dimensión imperativa o demasiado frontal de una demanda de desconexión que sólo contribuye a endurecer las posturas. Para numerosos jóvenes a quienes les han decretado una supuesta fobia escolar que les impidesalir de su habitación durante un período muy largo, lo que se teje en internet y en las redes con otros, puede tener una función muy importante. Algo intenta reconectarse a través de esos canales, en los que hubo, de diversas maneras, desconexión.
Recibo adolescentes que, por todo tipo de razones, ya no soportan estar cerca de sus compañeros, así que forjan una red consistente de lazos con otros jóvenes, descolgados como ellos, pero tenazmente conectados on line. Viviendo de noche, durmiendo de día, charlan hasta altas horas de la madrugada con sus nuevos mejores amigos no convencionales. Por más que vivan en el fin del mundo, su desenganche del Otro hace aquí comunidad y les permite compartir tanto pasiones específicas como confidencias sobre el dolor de existir. Un nuevo uso del lugar y del lazo en el open space de la web.
También recibo adolescentes cuya vida amorosa transcurre de forma duradera y exclusivamente en Internet con parejas a distancia. Se hablan todos los días, pero nunca se ven; en este contexto, los reencuentros en presencia real quedan como un horizonte que nunca se materializará. El no-encuentro de los cuerpos no los protege del malentendido: todo hace signo a distancia de lo insituable del Otro. Sin embargo, permite a algunos decir que están en «en pareja» sin tocar jamás al objeto de su amor. Desde luego, no se trata del amor cortés en línea y, al mismo tiempo, algo aquí nunca se consumará. Nueva escena del encuentro que suscita inquietudes en los padres y tantas otras demandas apresuradas de cortar con este tipo de lazo que se teje en un «afuera», ciertamente no muy situable, pero que permite a algunos que un encuentro sea posible, de esta manera.
[1] Miller, Jacques-Alain. «Comentario sobre la Tercera». En los confines del Seminario, seguido de La tercera y de Teoría de lalengua.. Buenos Aires, Paidós, 2022, p. 153.
Traducción: Fernando Centeno
Relectura: Patricio Moreno Parra