“Por ello se ha podido pensar la fórmula de cada sujeto a partir de sus relaciones en la familia, porque esas fórmulas traducen la manera en que ha perdido el goce y la manera en que se ha sustituido por otro.” [1]
En el Centro de Salud Mental Infantil y Juvenil en el que trabajo, participo de un programa que atiende específicamente a chicos que han sufrido situaciones de abuso dentro de la familia. Este es el punto de partida del programa, luego habrá que situar en cada caso, si hay o no efecto traumático tal como lo entendemos desde el psicoanálisis y de qué manera se ha presentificado en cada sujeto en particular.
Lacan plantea que la familia es la encarnación del lugar del Otro de la lengua y el lugar del Otro de la ley [2]. ¿Qué ocurre cuando esto está seriamente afectado en el seno de una familia? ¿Qué consecuencias tiene en la constitución fantasmática de los sujetos infantiles?
El niño lo primero que ofrece, en su búsqueda de amor, es a sí mismo. “¿Qué soy yo para el otro?” “¿Puede perderme?” son preguntas que se configuran y se intentan responder durante la infancia para luego ser reeditadas en la adolescencia.
Sabemos que el fantasma ya es un primer tratamiento de lo traumático del encuentro con el lenguaje y que se construye como respuesta a ese encuentro con la castración, con la pérdida que deja como resto la operación que supone que la necesidad deba pasar a ser convertida en demanda.
Jacques-Alain Miller en su texto “Cosas de familia en el inconsciente” dice que la familia es el lugar donde el sujeto experimenta el peligro. En ese impasse en el que queda suspendido de la respuesta del Otro ante su demanda, se juega todo. El sujeto experimenta el poder del Otro esperando su respuesta y, al mismo tiempo, hace la primera experiencia del reconocimiento de su palabra. Es decir, es interpretado e interpreta. El otro interpreta la demanda y responde tal cosa, pero ¿qué quiere decir en realidad? El sujeto se encuentra por primera vez, con la pregunta sobre el deseo del Otro.
Jacques-Alain Miller plantea que el hecho de pedir tiene dos consecuencias definitivas: el deseo y la pulsión. El deseo como parte de significado vehiculado por la demanda, que puede interpretarse, y la pulsión como la parte no interpretable de lo dicho.
De ahí resulta el fantasma que es un instrumento directamente articulado al Otro y deviene, para cada uno, matriz de interpretación y modalidad de goce.
Teniendo en cuenta este delicado momento lógico de construcción del fantasma y su anclaje en el Otro, podemos leer algunas manifestaciones sintomáticas que vemos en los niños que atendemos en el programa. A menudo, nos encontramos que el efecto traumático está más del lado de la pregunta sobre el lugar que ocupa para el Otro abusador, que del lado del abuso o el maltrato en sí.
Hacerse maltratar o maltratar al otro, quedar embrollados en el lugar de excepción que supone ser el maltratado o, paradójicamente, quedar atrapados en el dolor de perderlo, serían algunas de las posiciones subjetivas que encontramos esbozadas y que habrá que tomar como brújulas en cada caso para orientarnos en el tratamiento.
“Dime que soy tu hija” es la primera frase que dirige una adolescente a su padre, al despertarse tras realizar un grave pasaje al acto suicida. Para ella la peor parte de los malos tratos era que su padre negaba la paternidad respecto a ella. A pesar de la crítica consciente que la chica podía hacer del sinsentido de esa afirmación paterna, no pudo evitar que eso fuera lo que precipitó su pasaje al acto.
[1] Miller, Jacques-Alain, “Cosas de familia en el inconsciente”, en “Introducción a la clínica Lacaniana. Conferencias en España”, Barcelona, Ed. ELP, 2006, p. 344.
[2] Ibid., p. 343.