“Trauma, no hay otro: el hombre nace malentendido” [1], así nos lo recordaba Lacan de manera contundente. Un cuerpo que vehiculiza toda una serie de malentendidos está en el inicio de la familia.
El valor de la familia es el de una transmisión diferente de la que apunta a la satisfacción de las necesidades. Por el hecho de tratarse de seres hablantes, las necesidades del niño se desvían, se malentienden, pasan por la lengua con todos los efectos traumáticos que ello conlleva, son marcadas por la falta. Pero a toda esta serie de malentendidos, hay uno fundante que les antecede, que ya estaba allí, el de “dos hablantes que no hablan la misma lengua. Dos que no se escuchan hablar. Dos que no se entienden, sin más. Dos que se conjuran para la reproducción, pero de un malentendido cabal” [2], un malentendido fundado en la imposibilidad de decir sobre el goce de esta pareja parental. Hay vínculos mudos, se goza en secreto.
Ese resto indecible producto de ese encuentro, ese secreto, forma parte ineludible de la transmisión, sostiene y a su vez mantiene la familia, y el niño hará su trabajo para poder síntomatizarlo, no siempre con éxito. Distintas demandas y manifestaciones clínicas, sea en las consultas privadas o en las instituciones, dan cuenta de ello. ¿Se trata en estos casos de que el secreto sea revelado, o de volver el malentendido inequívoco, en el sentido de hacer existir la relación sexual [3]? En absoluto, conviene que el practicante del psicoanálisis esté hoy, más que nunca, advertido de los ideales de transparencia propios de la época, y que no se deje arrastrar por ellos. No todo puede ser dicho.
De lo que se trata, más bien, es de acompañar al niño animado por el misterio y el empuje pulsional a localizar este secreto en una ficción, a construir versiones del fantasma que le permitan responder a la pregunta por el goce de ese padre o esa madre. En definitiva, a dar con un arreglo que le facilite así su propio acceso al goce.
Hay secretos, silencios, ocultaciones e imposibles de decir en el malestar en la familia. Poder precisar su estatuto en cada caso requiere para el practicante una toma de posición que tenga en cuenta la pronunciada aceleración del cambio en los vínculos sociales [4], y los ideales imperantes de la época que los moldean. Esta toma de posición solo puede hacerse teniendo en cuenta no una ética personal sino la del psicoanálisis, la que se desprende de los debates clínicos y teóricos que logran estar a su altura. El próximo congreso PIPOL 12 será sin duda una nueva ocasión para poner ello a prueba.
[1] Lacan, Jacques. El Seminario, libro 27, “La Disolución”, clase del 10 de junio de 1980. Inédito.
[2] Ibíd.
[3] Leserre, Anibal. “Una lectura de nota sobre el niño”. Cuadernos del ICdeBA. Olivos, Grama, 2015, p. 42.
[4] Langelez-Stevens, Katty. “Argumento”, PIPOL 12 Malestar en la familia. Disponible en Internet.