Lo digital, con sus gadgets, mundos virtuales y programas de IA, tiene un estatuto de saber delirante. Hay que leerlo como una respuesta actual a lo real, una respuesta a la fuga de sentido. Si Lacan [1] se interesó por los gadgets, es porque a través suyo verificamos el crecimiento de la ciencia. Son objetos, dice Miller [2], que nos interrogan porque son respuestas sin preguntas. Al igual que en la psicosis, donde la respuesta surge en primer lugar, aquí los gadgets se nos hacen presentes provocando cierta perplejidad.
Un anuncio del gobierno catalán señala que el 90% de los adolescentes consumen porno y el 90% de sus padres desconocen ese hecho. Lo mismo ocurre con el ciberacoso, donde una parte importante de docentes y padres no ven eso que ocurre ¿Qué es entonces, eso que no pasa por el lazo familiar y que sin embargo enmarca la vida de muchos niños y adolescentes, provocando no pocos malestares familiares?
La realidad figital (físico + digital) es ya una nueva superficie pulsional que, como en una banda de Möbius, se constituye como interlocutor de estas vidas adolescentes. Como si se tratase de una OPA hostil a la propia familia y a la escuela, marca el desplazamiento operado del saber y el goce. Ir a buscar el saber en el docente o el padre, implicaba desarrollar una estrategia de seducción con respecto al deseo del Otro, que ahora se ahorran con las implicaciones que eso conlleva. Los influencers digitales les prescriben comportamientos y les ofrecen semblantes para ser y estar. La pantalla, en algunos casos, sustituye al fantasma propio alejando a los sujetos de la mediación con su imaginario. La enunciación se resiente porque el ruido de las redes sociales la ahoga.
Las figuras del saber y la autoridad se desgajan de lo familiar para encontrar en la red una nueva inscripción. Los padres quedan perplejos y oscilantes entre la prohibición y un laissez faire, porque para ellos mismos opera lo adictivo de esa mirada, siempre presente. El anonimato, la aceleración e inmediatez y el borrado del pasado, propios de lo virtual, cortocircuitan las identificaciones.
Los gadgets, les permiten múltiples usos sintomáticos: desde adormecerse en la fantasía hasta anudar lo que del cuerpo se vuelve insoportablemente perturbador, llegando así a un posible arreglo con ese cuerpo que se les presenta un tanto extraño, generando todo tipo de invenciones, artísticas o no. Algunos burlan el algoritmo para subvertir su alienación, otros ‘olvidan’ el gadget para sustraerse a sus servidumbres. La familia, en su conjunto, goza − en ese mundo omnivoyeur − [3] de mirar y ser mirados, cuelgan sus imágenes y velan sus secretos.
Dejarlos solos, con sus gadgets, es dejarlos huérfanos y desamparados ante una realidad que los desborda. Por contra, la política de erradicar el síntoma a través de prohibiciones resulta ineficaz y sádica porque el síntoma nos habla de una verdad oculta, pero también ofrece una satisfacción al sujeto que no podría abandonar sin más. Acompañarlos pasa por recuperar la atención, que debe ir unida a la presencia y al deseo. Hay que ayudarles, pues, a usar esos objetos sin por ello renunciar a tener una enunciación propia ni dejarse atrapar por el Otro digital que responde en su nombre y anula el deseo en favor del goce.
[1] Lacan, Jacques. “La Tercera”, Intervenciones y textos 2. Manantial, Buenos Aires, 1988.
[2] Miller, Jacques-Alain. Respuestas de lo real. Paidós, Argentina, 2024.
[3] Lacan, Jacques. El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 1984.