La melancolía enseña sobre la sutil diferencia entre estar mal acomodado -destino del sujeto neurótico- y no tener un lugar en el deseo, estar caído de él. De ahí que el diagnóstico diferencial entre histeria y melancolía sea pertinente cada vez. Victoria Vicente señala que, si algo comparten ambas estructuras, además de la culpa, es “el sentimiento de no valor del sujeto” [1]. Y Éric Laurent dice: “Lo que separa depresión de melancolía y rompe su continuo es que en la melancolía se trata del objeto a fuera de toda puntuación fálica. Un goce imperativo retorna en el lugar en que el goce fálico falta…” [2].
Esta afectación del sentimiento íntimo de la vida no pocas veces comienza con una interpretación de rechazo, descuido o abandono original, cuyo ámbito de anidación ha sido precisamente la familia. Esta interpretación no funciona como recubrimiento de la falta en ser en lo simbólico, sino que itera de forma literal, dificultando la generación o el sostenimiento de nuevos lazos amorosos. Cuando se ha “malogrado” el alojamiento en el Otro de este modo, las marcas se hacen sentir cual ecos en el resto de los lazos sociales.
Lacan dice: “Para nosotros, el sujeto tiene que surgir del dato de los significantes que lo recubren en un Otro que es su lugar trascendental: por lo cual se constituye en una existencia donde es posible el vector manifiestamente constituyente del campo freudiano de la experiencia: a saber lo que él llama el deseo” [3].
A propósito de un caso de 35 años de edad la analista en el control advierte: “la chance es el amor de transferencia, con eso harás hasta que se pueda. Lo difícil vendrá cuando en su horizonte social la posibilidad de encontrar una pareja ya ni se dibuje”.
¿Qué falla familiar deja a un sujeto sin alojamiento en el deseo… de vivir? ¿Y qué es lo que de eso puede reparar el amor de transferencia?
La falla es la del nacimiento del símbolo, que produjo un goce mortífero iterante en lugar de un alojamiento en el deseo.
La clínica aquí no podrá tomar entonces la vía del inconsciente, sino que apostará a colocar en asíntota el acto de morir, revés pujante del dolor de existir [4], y, sin sustituir aquello que no hubo, insuflar aire al cuerpo mortificado.
Si ya en el Seminario 5 Lacan señalaba la función que la imagen tiene en el tratamiento de las psicosis y las perversiones [5], será crucial todo lo que puede inscribirse como práctica de la letra hacia el final de su enseñanza, dado que se trata de escribir un lugar en el dispositivo. Así, el amor de transferencia intentará funcionar como alojamiento, delineando un lugar donde pueda depositarse la existencia misma. Sin devenir familia sustituta -por el riesgo de demanda transferencial masiva al infinito que esto puede ocasionar-, se tratará de hacer las veces de casa de acogida entusiasta para el desalojado.
[1] Vicente, Victoria. “Clínica diferencial de la melancolía y de la histeria”. Revista Freudiana Nº 9, 1993, p. 113.
[2] Laurent, Éric. “Melancolía, dolor de existir, cobardía moral”. Mediodicho. Nº 44, 2018, p. 62.
[3] Lacan, Jacques. “Observación sobre el informe de Daniel Lagache: “Psicoanálisis y estructura de la personalidad”. Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 635.
[4] Lacan, Jacques. “Kant con Sade”, Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 756.
[5] Lacan, Jacques. El Seminario, libro 5, Las formaciones del inconsciente. Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 167.