Nos encontramos en el día después de la revuelta juvenil del sesenta y ocho, una fase histórica de turbulencias políticas y sociales, un período signado por grandes cambios en las costumbres, en particular en aquellas de orden sexual, favorecidos por la introducción de los anticonceptivos que provocan la primera disyunción entre sexualidad y procreación. Un período de revuelta y creatividad en el que las instituciones, y con estas la familia, se ponen en cuestión. Se intentan “invenciones”: matrimonios libres, parejas abiertas, comunes, bajo el sesgo de lo que Jacques Lacan llama “utopías comunitarias” pero que en breve marcan su “fracaso” restituyendo a la familia conyugal su función de “residuo”. Residuo entendido no en el sentido de resto en tanto desecho, sino de lo que queda.
La familia conyugal está compuesta por dos cónyuges, unidos por el vínculo matrimonial a partir de cada uno de su propia causa, que repercutirá sobre los hijos mediante una transmisión. Se trata de una doble transmisión: por un lado, la satisfacción de sus necesidades (nutrición, protección y todo lo necesario para la supervivencia y crecimiento), por otro, una transmisión definida por Lacan como “irreductible”: “…que conlleva una constitución subjetiva, lo que implica la relación con un deseo que no sea anónimo” [1]. Mientras que la satisfacción de las necesidades puede ser atribuida a cualquiera, la otra, que pasa por la palabra, se dirige a ese niño en particular por parte de esa persona en particular.
Inmediatamente después añade: “Conforme a tal necesidad se juzgan las funciones de la madre y del padre” [2]. Es relevante subrayar que Lacan especifica que, cuando se dice madre y padre, nos referimos a funciones que como tales pueden ser desempeñadas no necesariamente por quien dio a luz al hijo o por parte del progenitor biológico, sino por quien desempeña tales funciones.
“De la madre: en tanto sus cuidados llevan la marca de un interés particularizado, aunque lo sea por la vía de sus propias carencias. Del padre: en tanto su nombre es el vector de una encarnación de la Ley en el deseo” [3]. En estas pocas líneas, Lacan nos indica que para el psicoanálisis quien se pone en posición de madre es aquel o aquella que se hace portavoz de la propia falta, articulando el ser madre al ser una mujer. Lacan sostiene que una madre es la que sirve de barrera a la madre ideal: “No hace falta que la madre sea suficientemente buena, según la fórmula de Winnicott, […], la madre también transmite algo siendo suficientemente mala” [4], mientras que el padre es aquel que, mediante la palabra, introduce una separación entre el goce del Uno, el niño, y el goce del Otro, la madre; esto concierne a la Ley, es una encarnación de la Ley.
Retomando el punto relativo a la necesidad por parte del niño de la satisfacción de las necesidades, podemos distinguir dos tipos de necesidades: las necesidades materiales o primarias, como se ha indicado anteriormente, y las de otro tipo, que son del orden de la pulsión y que tienen que ver con el deseo. En este caso es necesario que se pase por la palabra, más precisamente a través de la demanda. Aquí entra en juego la función materna que, a través de la palabra dirigida al hijo responde a su llanto preguntando: ¿tienes hambre?, ¿quieres el pecho? Más allá de la leche, en efecto, el niño podría querer otra cosa: el objeto oral; así como surge el objeto anal en el momento en que una madre está allí para pedir hacer caca y expresar su alegría por haberla obtenido. Estos objetos son del orden de la demanda. Cuando estos dos objetos pasan al nivel del deseo se transformarán en mirada y voz, tal como Lacan los sitúa como objetos “causa del deseo”.
En el texto de Lacan aparece una segunda parte que podríamos definir como clínica. “En la concepción elaborada por Jacques Lacan, el síntoma del niño está en posición de poder responder a lo que hay de sintomático de la estructura familiar” [5]. El síntoma del niño puede representar la verdad de la pareja parental y Lacan añade: “Es este el caso más complejo, pero también el más abierto a nuestras intervenciones” [6]. ¿Por qué Lacan lo define como más complejo? Quizás porque llama a al menos tres personas: el niño, la madre y el padre.
Cuando llegan en consulta dos padres que vienen a hablar del hijo para quejarse de su síntoma, la clínica nos enseña a dar la palabra a uno y luego a otro, y escuchar cómo para cada uno representa un problema o no, de manera singular, algo del hijo. Aquello que emerge es del orden del fantasma de cada uno, es decir, de la manera en que cada quien ve el mundo y se relaciona con él. Luego, al darle la palabra al niño, escuchamos que plantea otra cuestión. A veces se consigue trabajar con el niño y basta una intervención para que el síntoma desaparezca o se atenúe, a veces, uno de los padres puede iniciar una cura. Podemos decir que éste se distrae, permitiendo así al niño tomar su propio lugar. No siempre se trata de una cura analítica, pero a menudo las posibilidades de intervención son mayores.
“La articulación se reduce mucho cuando el síntoma que llega a predominar depende de la subjetividad de la madre. En este caso, el niño está involucrado directamente como correlativo de un fantasma” [7], nos dice aun Lacan al retomar el punto en el que habla de la cura materna, la define portadora de una marca de interés particularizado, al menos mediante las propias faltas. Podríamos encontrarnos ante un niño que sienta el deber de colmar la falta materna, encarnando así el objeto sacrificado al deseo de la madre. Si la madre es neurótica, y en particular histérica, sabemos cómo los esfuerzos del niño serán vanos, ya que el deseo de deseo insatisfecho será el amo; no sería diferente si se tratara de una neurosis obsesiva, donde el deseo tomaría el carácter de imposible a realizarse.
Procediendo a la lectura del texto, Lacan nos propone un punto más: “La distancia entre la identificación con el ideal del yo y la parte tomada por el deseo de la madre, si ella no tiene mediación (normalmente asegurada por la función del padre), deja al niño abierto a todas las capturas fantasmáticas” [8]. Aquí Lacan apela a la metáfora del Nombre-del-Padre [9] que en el caso de no ser operativa implicaría la Verwerfung como preclusión, forclusión del significante.
Si tal mediación falla, nos encontraremos en la situación más grave donde el niño: “Deviene el “objeto de la madre, y ya no tiene otra función que la de revelar la verdad de ese objeto. El niño realiza la presencia de lo que Jacques Lacan designa como objeto a en el fantasma. Satura, al sustituirse a este objeto, el modo de carencia en el que se especifica el deseo (de la madre), cualquiera que sea su estructura especial: neurótica, perversa o psicótica.” [10] La clínica, con J. Lacan, nos enseña a cómo reparar en las posiciones singulares.
J.-A. Miller en su curso El ultimísimo Lacan indica cómo la primacía de lo simbólico se desarrolla a lo largo de la enseñanza de J. Lacan y lo divide en tres fases diferentes para llegar a la “desestructuración del símbolo” [11].
Aquello que emerge es que lo simbólico, lejos de representar un refugio para el ser hablante, se convierte en el mal mismo. Releyendo el Seminario XXIV escribe: “Cito a Lacan, en la sexta lección de L’insu que sait de l’une-bévue: “En fin, lo ideal sería acabar con lo simbólico”. Podemos decir que este es el movimiento principal de esta ultimísima enseñanza, ya que esta idea la traduce enseguida Lacan cerrando la frase: “en otras palabras, no decir nada”.” [12]
¿Cómo interrogar entonces el funcionamiento de la familia contemporánea, sus formas y sus actuales inconvenientes a la luz de este nuevo ideal que puede prescindir de lo simbólico? De aquí nuevos interrogantes e invenciones atañen a los psicoanalistas a partir de su práctica clínica.
[1] Lacan, Jacques. “Nota sobre el niño”, Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 393.
[2] Ibid., p. 393.
[3] Ibid., p. 393.
[4] Laurent, É. “Institución del fantasma, fantasma de la institución” en Hay un fin de análisis para los niños. Colección Diva, Buenos Aires, 1999, p. 195-196.
[5] Lacan, J. “Nota sobre el niño”, op. cit., p. 393.
[6] Ibid., p. 393.
[7] Ibid., p. 393.
[8] Ibid., p. 394.
[9] Lacan, J. “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Escritos II. Siglo XXI, Buenos Aires, 2008, p. 533.
[10] Lacan, J. “Nota sobre el niño”. op. cit., p. 394.
[11] Miller, Jacques-Alain. El Ultimísimo Lacan, 2006-7. Paidós, Buenos Aires, 2013, p. 213.
[12] Lacan, J. El Seminario, Libro 24, L’insu que sait de l’une-bévue, Clase VI, 8 de febrero de 1977, inédito.
Traducción Tomás Verger
Revisión Carolina Vignoli